Ferrari y Newey, constructores y talleres, líneas paralelas que nunca se encontrarán
Demasiado diferentes, demasiado distantes, evidentemente nunca se sintieron realmente atraídos el uno por el otro.
Éste Adrian Newey En Aston Martin no es una buena historia deportiva, es una historia mala, fea, triste y mezquina. No hay nada romántico, deportivamente cautivador, realmente interesante.
Todo es demasiado, construido de forma fría y predeterminada, huele a aspiración a la cima de un nuevo equipo fruto de las inversiones y la determinación de un magnate, sin duda un empresario de alto nivel, que salvó al entonces Racing Point de quiebra con el objetivo de convertirlo en un equipo de primer nivel.
Y poco a poco, con los tiempos de la F1, el proyecto de Paseo de Lawrence toma cada vez más forma. Sobre el papel, Aston Martin es ahora un equipo de ensueño, basta pensar que bajo el mismo techo, además del genio Adrian Newey, Dan Fallows, Enrico Cardile, Andy Cowell y quién sabe cuántos otros ingenieros de alto perfil que ahora se nos escapan. coexistir.
Una especie de versión del PSG F1, un bonito revoltijo de fenómenos, con la esperanza para los dirigentes del Verdona de que los resultados sean mejores que los del club de fútbol parisino.
Newey en Aston, desde este punto de vista, es una imagen perfecta. Porque al final este genio de la F1 enamorado de los coches y de la aerodinámica tiene muy poco que ver con el Ferrari de Maranello. Y esto no significa que asegurarse los servicios de Newey no hubiera sido crucial para Cavallino. Es simplemente, tal vez, imposible.
Más allá de la oferta indispensable de Aston (los multimillonarios siempre aspiran a ser aún más multimillonarios), Newey es una figura particular.
Enamorado de un tipo de F1 a años luz de las raíces de Ferrari. El de los "entusiastas del garaje" ingleses, los equipos privados, no motoristas sino excelentes montadores de coches, despreciados por un apasionado del motor y de la mecánica como Enzo Ferrari.
Newey es la otra cara de la historia, no es casualidad que mencionara a Frank Williams y Ron Dennis en su discurso de presentación. Para el genio inglés, hacer F1 significa trabajar en el campo del Reino Unido, con quien diga y como él dice, siguiendo una tradición enteramente inglesa y en cierto modo también noble, pero a años luz del concepto de equipo nacional de automovilismo que tenemos aquí en Italia con Ferrari.
Dos mundos opuestos, irreconciliables, que no pueden encontrarse. También porque Adrian Newey tiene sesenta y cinco años y no se le puede pedir que cambie su forma de pensar, de ser o de hábitos.
Evidentemente no se imaginaba volver a montar un chasis espacial sobre un motor y ganar, transformando un equipo privado en un equipo de primer nivel. Es su visión del desafío a la F1. Diferente del corazón palpitante de Ferrari, pero igualmente respetable.
Cada uno escribe la historia a su manera, le corresponderá al Equipo Rojo demostrar que se puede ganar en la Fórmula 1 incluso sin tener la fábrica en una carretera rural a lo largo de la Isla Británica. Tarea difícil, pero ese es otro capítulo.
Antonino Rendina
si quieres estar siempre actualizado sobre nuestras novedades
Síguenos aquí